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martes, 3 de junio de 2008

sé de sara lo que tú sabes....

Los butigares (juego de niños)

Sé de Sara lo que tú sabes, que es una enamorada de fábula, tan insoportable cuando anda de optimista como cuando le da el bajón y no deja de quejarse de todo el mundo. Tengo recuerdos vagos, como tu, de Sara enamorándose del chavo del auto rojo, del mesero del bar, del reportero de deportes, del bailarín contemporáneo, huy... el bailarín. ¿Recuerdas que todos decíamos "Wey, es joto!" y ella seguía enamorándose de saltos y pirouettes? Como si se llenara de vida con cada golpe de corazón, enamorándose del mundo más que de un personaje, así se enamoró mil veces de la luna y una sola del barrio de Santa María, pero por siempre, en eso coincidí con ella.


Tú decías que se enamoraba de si misma enamorada, yo, que simplemente se enamoraba por costumbre.

Hasta que apareció Felipe, desde lejos de Santa María y del otro lado del mundo para todo efecto, tu le conociste primero y dijiste que era un tipo raro, yo le conocí después.

Pensé que era un tipo raro.

Con sus palabras extrañas, sin cesar describiendo cosas indescriptibles hasta hacerlas entrañables, y su costumbre de prender los cigarrillos y fumarlos de costado, como malo de película de los cincuentas, su interminable botella de jugo de algo y su caminar acelerado, como si la calle se le fuera a acabar y quisiera acabársela el primero. Más enamorado del cielo que de las estrellas, más que las estrellas mismas, tan malo para bailar como bueno con un lápiz para retratar señoritas que fingen timidez en los bares del centro. “Solo puede hacerlo tan bien enamorándose de cada una de ellas”, dijiste fingiendo esa sabiduría que tanto te falta acerca de cualquier otro tema que no sea la noche y su criaturas inventadas por ti misma cada puesta de sol.


Así que Sara y Felipe terminaron enamorándose, como cualquiera con dos dedos de frente hubiera adivinado. Aunque ninguno de los dos lo sospechó, ni mucho menos sospechó lo que pasaría.

El mundo les quedó chico.


Una noche, cuando estaban sentados en al mesa de al lado en el bar, fumando con calma, escuchando la música de la calle y bebiendo a sorbitos la mirada compartida, Sara inventó una palabra, el la repitió y nació en la calle frente a nosotros un microbús.


-¡Mira!- Te dije- Tanto tiempo pensando que se llamaba de otro modo…
-¡Calla infame! ¡No vaya a ser que se les ocurra nombrar otras cosas y nos vengan a joder la noche y el diccionario!


Tenías razón, no dejaron de nombrar cosas hasta que se construyeron un mundo nuevo y más bonito que el que teníamos… aunque extraño los butigares y pasar la noche en el tafú contigo…


Lo bueno es que en su mundo dejaron un lugarcito para nosotros dos, y en el fondo valió la pena porque la gente ríe más… que es una ventaja sobre aquel otro mundo, del que hasta yo me estaba aburriendo.


Se de Sara lo que tu sabes, lo mismo que de Felipe ahora, se que terminaron inventando el mundo tan solo porque les dio por amarse.


(Y nunca dejaron de ser un par de niños)